Acabo de llegar del Bar Bueno y sigo preguntándome porqué en un bar regentado por dos inmigrantes (con o sin papeles, me da igual) siguen comprando el ABC: ese diario.
Ese diario en el que ayer decía el Obispo de Córdoba que la Mezquita de ídem debería ser llamada Mezquita-Catedral; como si los cristianos le hubiesen hecho algún bien al templo. Igual es que lo cristianoespañol les sirve para vender ( a ABC y a la iglesiacristianacatolicaapostolicayrromana). Como todo su contenido, de ambos.
O el artículo de A.B. felicitándose porque cierto bar de sevillana tradición había reabierto sus puertas remozado en reaccionario mobiliario de Ikea pero manteniendo su hispalense y mariano espíritu. Amén por la tapa sevillana... si me explican en qué consiste.
Me gustaría a mí ver al susodicho A.B. dentro de un recinto tasquero de antaño rodeado de tallarines, chopsueyes y teriyakis que comparten carta con caracoles, montaítos y paella. Y con dos o tres chinos detrás del mostrador. Jamacuco seguro. O casi. Al menos baba montada, ojos revueltos y lengua mordida.
Porque a día de hoy parece que seguimos incrustados en nuestras cunas. En la que nos metieron mamá y papá. Y que cada uno decida quién es mamá y papá.
La patria, el país, el estado, el rey, la reina, la tradición, los carnavales o las santas gónadas de cada uno.
Porque puestos a criticar lo de aquí también hay que criticar lo de allí.
Y lo de allí es Bolivia. No por animadversión a ese país. Ni mucho menos. Sino por mi experiencia del viernes pasado.
Viernes pasado en el que no tenía, como suele suceder, nada comestible en casa que no estuviese congelado ni enlatado. Y me tiré a la calle. Como las putas pero con menos dignidad.
Con menos dignidad porque iba dispuesto a comerme cualquier cosa y encima pagar. Y porque yo sí tenía más remedio. Ellas, por desgracia, no lo tienen.
Y acabé en un bar boliviano cerca de mi casa. Pedí cerveza y lechón, mientras la selección (la de júrgol, porque parece que no hay otra) jugaba nosequé puto partido en la tele. A decir verdad la jugaría en algún estadio, pero yo lo entreveía en la tele.
Y un bar boliviano suele estar lleno de bolivianos. Y bolivianas. Es lo que tiene. Cuando estás lejos de lo tuyo lo buscas con ansia.
Y así acabé hablando con dos bolivianas del oeste. Que no del este. Que unos son nosequé y otros nosecuántos. Unos quechúas y otros guaraníes. O algo así. Que en Bolivia también tienen sus nacionalismos. O regionalismos. O itsmos. O lo que sea.
Al fin y al cabo lo mismo que aquí pero allí. O allá.
Y acabaron hablándome del racismo y del rechazo. De cómo una señora le dijo a una de ellas en el autobús que "era latina y cómo se atrevía a sentarse al lado de ella porque había venido a quitarle el trabajo". Aproximadamente.
No dudo lo del trabajo. Me lo creo. Creo a pies juntillas que los patrios que hace dos años no estaban dispuestos a doblarla para recoger papas hoy critiquen a esas personas que cruzaron miles de kilómetros para venir aquí a trabajar. Y de paso mantener la población de este país / estado / nación / comosellame.
Pero dudo que la llamase latina. Demasiado para Catetópolis.
De hecho les expliqué que nadie es más latino que los italianos. Y que después vamos los españoles, francese, portugueses, rumanos y más. Demasiado para las bolivianas. Me miraron con cara de "tú te crees muy listo" e hicieron algún comentario sobre eso.
Pero lo mejor vino cuando la otra de ellas (porque eran dos) me habló de cuando estuvo en un "bar de españoles". Que le miraron mal. Y eso me tocó los cojones. Sí, los cojones, no las gónadas.
Yo no fui a "un bar de bolivianos". Fui a un bar boliviano, esperando encontrar comida boliviana. Y la encontré. Como encontré las miradas de todos los parroquianos de allí. Yo no era boliviano y no encajaba en la foto. Nadie me miró mal, ni me habló mal ni me faltó al respeto. Pero no encajaba en la foto.
Dicho sea esto, si voy a un bar "de españoles" no me encaja un boliviano tomándose una cruscampo con una tapa de sangre encebollá. Pero el día que lo vea daré gracias a quien sea porque, por fin, alguien se ha atrevido a cruzar la calle.
Una calle que es más peligrosa que el Estrecho y más amplia que, como decían estas bolivianas, el Charco.
La mierda la tenemos aquí y la tienen allí. En nuestros cerebros. Porque la frontera más difícil de superar es la que tenemos en nuestra cabeza.
Ese diario en el que ayer decía el Obispo de Córdoba que la Mezquita de ídem debería ser llamada Mezquita-Catedral; como si los cristianos le hubiesen hecho algún bien al templo. Igual es que lo cristianoespañol les sirve para vender ( a ABC y a la iglesiacristianacatolicaapostolicayrromana). Como todo su contenido, de ambos.
O el artículo de A.B. felicitándose porque cierto bar de sevillana tradición había reabierto sus puertas remozado en reaccionario mobiliario de Ikea pero manteniendo su hispalense y mariano espíritu. Amén por la tapa sevillana... si me explican en qué consiste.
Me gustaría a mí ver al susodicho A.B. dentro de un recinto tasquero de antaño rodeado de tallarines, chopsueyes y teriyakis que comparten carta con caracoles, montaítos y paella. Y con dos o tres chinos detrás del mostrador. Jamacuco seguro. O casi. Al menos baba montada, ojos revueltos y lengua mordida.
Porque a día de hoy parece que seguimos incrustados en nuestras cunas. En la que nos metieron mamá y papá. Y que cada uno decida quién es mamá y papá.
La patria, el país, el estado, el rey, la reina, la tradición, los carnavales o las santas gónadas de cada uno.
Porque puestos a criticar lo de aquí también hay que criticar lo de allí.
Y lo de allí es Bolivia. No por animadversión a ese país. Ni mucho menos. Sino por mi experiencia del viernes pasado.
Viernes pasado en el que no tenía, como suele suceder, nada comestible en casa que no estuviese congelado ni enlatado. Y me tiré a la calle. Como las putas pero con menos dignidad.
Con menos dignidad porque iba dispuesto a comerme cualquier cosa y encima pagar. Y porque yo sí tenía más remedio. Ellas, por desgracia, no lo tienen.
Y acabé en un bar boliviano cerca de mi casa. Pedí cerveza y lechón, mientras la selección (la de júrgol, porque parece que no hay otra) jugaba nosequé puto partido en la tele. A decir verdad la jugaría en algún estadio, pero yo lo entreveía en la tele.
Y un bar boliviano suele estar lleno de bolivianos. Y bolivianas. Es lo que tiene. Cuando estás lejos de lo tuyo lo buscas con ansia.
Y así acabé hablando con dos bolivianas del oeste. Que no del este. Que unos son nosequé y otros nosecuántos. Unos quechúas y otros guaraníes. O algo así. Que en Bolivia también tienen sus nacionalismos. O regionalismos. O itsmos. O lo que sea.
Al fin y al cabo lo mismo que aquí pero allí. O allá.
Y acabaron hablándome del racismo y del rechazo. De cómo una señora le dijo a una de ellas en el autobús que "era latina y cómo se atrevía a sentarse al lado de ella porque había venido a quitarle el trabajo". Aproximadamente.
No dudo lo del trabajo. Me lo creo. Creo a pies juntillas que los patrios que hace dos años no estaban dispuestos a doblarla para recoger papas hoy critiquen a esas personas que cruzaron miles de kilómetros para venir aquí a trabajar. Y de paso mantener la población de este país / estado / nación / comosellame.
Pero dudo que la llamase latina. Demasiado para Catetópolis.
De hecho les expliqué que nadie es más latino que los italianos. Y que después vamos los españoles, francese, portugueses, rumanos y más. Demasiado para las bolivianas. Me miraron con cara de "tú te crees muy listo" e hicieron algún comentario sobre eso.
Pero lo mejor vino cuando la otra de ellas (porque eran dos) me habló de cuando estuvo en un "bar de españoles". Que le miraron mal. Y eso me tocó los cojones. Sí, los cojones, no las gónadas.
Yo no fui a "un bar de bolivianos". Fui a un bar boliviano, esperando encontrar comida boliviana. Y la encontré. Como encontré las miradas de todos los parroquianos de allí. Yo no era boliviano y no encajaba en la foto. Nadie me miró mal, ni me habló mal ni me faltó al respeto. Pero no encajaba en la foto.
Dicho sea esto, si voy a un bar "de españoles" no me encaja un boliviano tomándose una cruscampo con una tapa de sangre encebollá. Pero el día que lo vea daré gracias a quien sea porque, por fin, alguien se ha atrevido a cruzar la calle.
Una calle que es más peligrosa que el Estrecho y más amplia que, como decían estas bolivianas, el Charco.
La mierda la tenemos aquí y la tienen allí. En nuestros cerebros. Porque la frontera más difícil de superar es la que tenemos en nuestra cabeza.
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